Mi abuelo se llamaba Alexis, junto con Irina,
mi abuela, y sus tres hijos varones, llegó a la Argentina en el año 1925. Mi papá era el mayor
de sus tres hijos y tenía en ese entonces catorce años. Vinieron de un lugar
muy lejano, entre el límite de Polonia y
Ucrania.
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A mi abuelo le decían “el ruso”.Era
ventrílocuo, y con su inseparable muñeco Vladimir trabajaba actuando en
boliches, teatros y más adelante en el número vivo de los cines .Su éxito
consistía en que su muñeco contara historias de inmigrantes, a veces cómicas,
otras picarescas, y algunas tan emotivas que hacían caer alguna lágrima.
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Vladimir atrapaba mucho la atención del
público, ya que el muñeco parecía conocer
las circunstancias, y todas las situaciones por las que habían
atravesado gran cantidad de inmigrantes
para llegar a esta tierra.
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Mi abuelo logró tener muchos amigos que lo
admiraban por el talento que tenía en su
reconocido trabajo, con su inseparable muñeco Vladimir.
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Con el apoyo de mi abuela, que fabricaba
sombreros, lograron establecerse en este país y mantener una hermosa familia.
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A su amigo Aldo le decían “el tano”, era
carpintero. Maria, su esposa, era costurera, y trabajaba con mi abuela.
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Jesús, y Manuela llegaron del Norte de la Península Ibérica ,
así que eran “el vasco” y “la gallega”, tenían un almacén donde se podía comprar al fiado, y la deuda se anotaba en una libreta.
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Así eran estas familias de inmigrantes que
llegaron a esta tierra hace muchos años. Trabajaron con esfuerzo, educaron a
sus hijos sobre la base fundamental de “el respeto”. Formaron familias y
amistades indisolubles.
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El 4 de septiembre se conmemora el día de los
inmigrantes .Cada año nosotros concurrimos al salón de un club donde se realizan festejos y,
espectáculos tradicionales de distintos países, rememorando nuestras raíces.
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Ana, la nieta de “la gallega”, siempre se
anima a cantar coplas que le enseñara su abuela.
Aunque no soy ventrílocuo, este año se me
ocurrió llevar a Vladimir, el muñeco de mi abuelo que conservo y amo, y que
para mí tiene un pedazo del corazón “del ruso”.
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Con mucho entusiasmo mis nietos me ayudaron a
armar un libreto. Norma, mi mujer, me ayudó a estudiarlo y practicarlo.
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Todos estaban expectantes esperando mi
actuación.
Pero cuando llegó el momento, me puse tan
nervioso, que me olvidé por completo lo que tenía que decir, me quedé mudo,
asustado.
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Miré a Vladimir, y le pregunté -¿cómo hacía
el ruso, para enfrentar al público?
Nos miramos un rato, yo no sabía qué hacer…Pero
una voz interior comenzó a hablar por la boca del muñeco.
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-Soy Vladimir, hijo del ruso, tenía un
hermano muñeco como yo, que se llamaba Lipesk pero se perdió en un lugar muy
frío y remoto. ¡Cuánto lloró el ruso por mi hermano!, pero nuca lo contó,
¡cuántas cosas no contó…!
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Me acuerdo del tano, le decíamos don Pupo,
porque hablaba siempre de los Dei Pupe Sicilianos.
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El vasco le rezaba a San Saturnino, y nos
contaba su historia, terminamos todos
haciéndonos devotos de él.
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Manuela
cantaba coplas y recitaba a Machado mientras Irina y Maria me pinchaban la
cabeza probándome los sombreros para mis actuaciones.
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En cuanto al ruso, era un ser inobjetable,
maravilloso, especial. Nunca más pudo volver a su país natal, pero siempre lo
acompañó el recuerdo de su infancia y de sus ancestros, las pérdidas las fue
superando trabajando en este amado suelo que Dios le había dado.
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Y como soy un muñeco que de su mano también
llegó a esta bendita Tierra, donde encontramos tantos amigos inmigrantes, sólo
puedo abrir mi boca para pormenorizar, tristezas, alegrías, dolores y anécdotas
de “HISTORIAS DE INMIGRANTES.”
Marta Spindler
Este cuento obtuvo Mención de Honor en el concurso
“Historia de Inmigrantes”,
otorgado por el Club de Leones Buenos Aires Liniers.
“Historia de Inmigrantes”,
otorgado por el Club de Leones Buenos Aires Liniers.
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