viernes, 29 de agosto de 2014

EL VENTRILOCUO

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  Mi abuelo se llamaba Alexis, junto con Irina, mi abuela, y sus tres hijos varones, llegó a la Argentina en el año 1925. Mi papá era el mayor de sus tres hijos y tenía en ese entonces catorce años. Vinieron de un lugar muy lejano, entre el límite de Polonia y  Ucrania.
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  A mi abuelo le decían “el ruso”.Era ventrílocuo, y con su inseparable muñeco Vladimir trabajaba actuando en boliches, teatros y más adelante en el número vivo de los cines .Su éxito consistía en que su muñeco contara historias de inmigrantes, a veces cómicas, otras picarescas, y algunas tan emotivas que hacían caer alguna lágrima.
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  Vladimir atrapaba mucho la atención del público, ya que el muñeco parecía conocer  las circunstancias, y todas las situaciones por las que habían atravesado  gran cantidad de inmigrantes para llegar a esta tierra.
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  Mi abuelo logró tener muchos amigos que lo admiraban  por el talento que tenía en su reconocido trabajo, con su inseparable muñeco Vladimir.
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  Con el apoyo de mi abuela, que fabricaba sombreros, lograron establecerse en este país y mantener una hermosa familia.
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  A su amigo Aldo le decían “el tano”, era carpintero. Maria, su esposa, era costurera, y trabajaba con mi abuela.
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  Jesús, y Manuela llegaron del Norte de la Península Ibérica, así que eran “el vasco” y “la gallega”, tenían un almacén  donde se podía comprar al fiado,  y la deuda  se anotaba en una libreta.
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  Así eran estas familias de inmigrantes que llegaron a esta tierra hace muchos años. Trabajaron con esfuerzo, educaron a sus hijos sobre la base fundamental de “el respeto”. Formaron familias y amistades indisolubles.
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  El 4 de septiembre se conmemora el día de los inmigrantes .Cada año nosotros  concurrimos al salón  de un club donde se realizan festejos y, espectáculos tradicionales de distintos países, rememorando nuestras raíces.
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  Ana, la nieta de “la gallega”, siempre se anima a cantar coplas que le enseñara su abuela.
  Aunque no soy ventrílocuo, este año se me ocurrió llevar a Vladimir, el muñeco de mi abuelo que conservo y amo, y que para mí tiene un pedazo del corazón “del ruso”.
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  Con mucho entusiasmo mis nietos me ayudaron a armar un libreto. Norma, mi mujer, me ayudó a estudiarlo y practicarlo.
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  Todos estaban expectantes esperando mi actuación.
  Pero cuando llegó el momento, me puse tan nervioso, que me olvidé por completo lo que tenía que decir, me quedé mudo, asustado.
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  Miré a Vladimir, y le pregunté -¿cómo hacía el ruso, para enfrentar al público?
  Nos miramos un rato, yo no sabía qué hacer…Pero una voz interior comenzó a hablar por la boca del muñeco.
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  -Soy Vladimir, hijo del ruso, tenía un hermano muñeco como yo, que se llamaba Lipesk pero se perdió en un lugar muy frío y remoto. ¡Cuánto lloró el ruso por mi hermano!, pero nuca lo contó, ¡cuántas cosas no contó…!
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  Me acuerdo del tano, le decíamos don Pupo, porque hablaba siempre de los Dei Pupe Sicilianos.
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  El vasco le rezaba a San Saturnino, y nos contaba su historia, terminamos todos  haciéndonos devotos de él.
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  Manuela cantaba coplas y recitaba a Machado mientras Irina y Maria me pinchaban la cabeza probándome los sombreros para mis actuaciones.
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  En cuanto al ruso, era un ser inobjetable, maravilloso, especial. Nunca más pudo volver a su país natal, pero siempre lo acompañó el recuerdo de su infancia y de sus ancestros, las pérdidas las fue superando trabajando en este amado suelo que Dios le había dado.
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  Y como soy un muñeco que de su mano también llegó a esta bendita Tierra, donde encontramos tantos amigos inmigrantes, sólo puedo abrir mi boca para pormenorizar, tristezas, alegrías, dolores y anécdotas de  “HISTORIAS DE INMIGRANTES.”

                                                                                      Marta Spindler

Este  cuento obtuvo Mención de Honor en el concurso
“Historia de Inmigrantes”,
otorgado por el Club de Leones Buenos Aires Liniers.
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